La diabetes mellitus se ha convertido en uno de los mayores desafíos para la Salud Pública en Cuba y en el mundo. Si bien nuestro Sistema de Salud garantiza el acceso universal a tratamientos y atención médica, la batalla contra esa enfermedad crónica se libra también en el día a día, en las decisiones que cada uno de nosotros toma por nuestro bienestar.
En ese combate cotidiano, la ciencia más reciente nos ofrece un arma poderosa, gratuita y al alcance de todos: la actividad física. Estudios y guías clínicas actualizadas, incluyendo las directrices de la Organización Mundial de la Salud son contundentes al señalar que el ejercicio regular no es un simple complemento, sino un pilar fundamental en el tratamiento de la diabetes.
Lejos de ser una opción es una necesidad terapéutica con beneficios demostrados que transforman la vida de quienes con viven con esta condición.
El músculo: gran aliado glucémico
Cuando una persona con diabetes se ejercita, ocurre un proceso fisiológico de enorme valor. Los músculos en movimiento aumentan su capacidad para utilizar la glucosa presente en la sangre como fuente de energía, un proceso que no depende, exclusivamente, de la insulina.
Esto se traduce en una reducción directa de los niveles de azúcar en sangre y, a largo plazo, en un mejor control metabólico general, reflejado en el indicador de hemoglobina glicosilada.
Investigaciones recientes han demostrado que la combinación de ejercicios aeróbicos (como caminar a paso ligero, nadar, bailar o montar en bicicleta) con entrenamiento de fuerza (levantamiento de pesas ligeras, uso de bandas elásticas) ofrece los resultados óptimos. Mientras los primeros mejoran la salud cardiovascular y la resistencia, los segundos aumentan la masa muscular, creando “reservorios” más amplios y eficientes para almacenar glucosa.
Más allá del azúcar en sangre
Los beneficios de un estilo de vida activo van mucho más allá del control glucémico. La actividad física regular es crucial para prevenir complicaciones cardiovasculares; estabiliza la presión arterial, mejora los niveles de colesterol y triglicéridos y fortalece el corazón, reduciendo el riesgo de infartos y accidentes cerebrovasculares, principales causas de mortalidad en personas con diabetes. Controla, a su vez, el peso corporal, lo que influye positivamen te en la sensibilidad a la insulina.
El ejercicio libera endorfinas, conocidas como las “hormonas de la felicidad”, que combaten el estrés, la ansiedad y los síntomas de la depresión, factores que a menudo acompañan a las enfermedades crónicas.
Recomendaciones para ponerse en marcha
La ciencia nos da la receta: se recomienda acumular, al menos, 150 minutos de actividad física de intensidad moderada a la semana, distribuidos en varias sesiones.
Ello equivale a 30 minutos, cinco días a la semana. ¡Una caminata enérgica por el barrio es un excelente punto de partida! Es fundamental, antes de iniciar o modificar una rutina de ejercicios, consultar con el médico de la familia en el policlínico.
El profesional de la Salud podrá ofrecer una orientación personalizada y segura, ajustada a las condiciones de cada paciente. Asimismo, es vital aprender a monitorear los niveles de glucosa antes y después del ejercicio para entender cómo responde el cuerpo y evitar posibles hipoglucemias.
En definitiva, la ciencia nos confirma lo que la vida misma nos enseña: el movimiento es sinónimo de vitalidad. Para quienes viven con diabetes, esta verdad cobra una nueva dimensión.
No dejemos que la enfermedad dicte nuestros límites. Respondámosle con cada paso, con cada brazada, con cada latido fortalecido. Respondámosle con vida, en pleno movimiento.