Carabobo, Venezuela.–¿Cuán oprimido estaría el corazón de un hombre para que ponga «rodilla en tierra», listo para atacar sin miedo a la muerte y recibir los balazos de quienes lo han sometido por años?
La formación que asumieron los soldados bajo el mando de José Antonio Páez, en la Batalla de Carabobo, les dio la oportunidad de recargar sus fusiles y, al mismo tiempo, servir de escudo para el resto de la tropa.
Muchos de esos quijotes, que en el primer cuarto de hora del enfrentamiento ya habían cambiado el curso de la historia venezolana, ofrendaron su vida en la decisiva cruzada.
El 24 de junio de 1821, por primera vez uniformados, cargando piedras y lanzas de tres metros de altura y dos kilogramos, y apertrechados con más valor que artillería, Simón Bolívar y sus hombres derrotaron al Ejército Realista que esclavizaba a esta tierra sudamericana.
Durante aproximadamente una hora, en la sabana de Chaparral se desarrolló una de las batallas más cortas, pero más cruentas que registra la memoria de Venezuela.
Junto a aquellos patriotas corajudos combatieron valientes de varias naciones. Un cubano, cuentan los que conocen la historia, también estuvo allí.
José Rafael de las Heras, quien desde 1818 pertenecía el Ejército Republicano, llegó a la gesta de Carabobo con el rango de teniente coronel, y combatió en el batallón Tiradores de la Guardia. Tanta fue su hidalguía en ese enfrentamiento, que lo ascendieron a coronel.
Hoy, en esos terrenos bañados por sangre patriota, se erige el Complejo Monumental Campo Carabobo, que ocupa 3 600 hectáreas, y es remembranza constante de la estirpe rebelde de este pueblo.
A unos dos kilómetros de ese escenario, donde estuvo ubicado el campamento de los Realistas, el llamado Espejo de agua refleja, cada día a las 2:45 de la tarde, el Arco del Triunfo por un lado y el Altar de la Patria por el otro.
Dicen las leyendas que una energía poderosa emana de ese conjunto escultórico. Así como en la idiosincrasia cubana, la alberca es como un vaso de agua para ofrecer paz a los caídos.
En este camposanto, narran sus veladores, en la noche se pueden escuchar cadenas y espadas, caballos trotando entre los árboles. Y entre las ramas pareciera que se formase el rostro de Negro Primero, uno de los mártires de Carabobo. Más allá del mito, es la certeza del bravo pueblo, de que sus libertadores alcanzaron la gloria de la eternidad.
También, para recordar a todos los que dejaron allí su vida, en 1936 se construyó la Tumba al soldado desconocido, custodiada por una Guardia de Honor entre las más prestigiosas del mundo, y que es, además, la única que se ubica en el campo de enfrentamiento.
La Batalla de Carabobo, que fue primero una quimera inalcanzable, se convirtió en el hecho que selló la independencia de Venezuela y marcó el destino de Nuestra América. El Complejo Monumental que lleva su nombre, más que un símbolo, es homenaje de un pueblo, de un continente, es el recuerdo constante de cuánto está dispuesto a dar un hombre por su soberanía, porque sabe que no vale la vida si no se es libre.
Tomado de Granma