1121 guantanamoDebe haber una presión social, del barrio, de las personas que en nuestros entornos vecinales deben velar por que se mantenga el orden, el respeto...

Hay más de un desliz, más de un norte a la hora de las culpas si hablamos de la violencia que acapara titulares y emoticones en las redes sociales, sobre todo, relacionados con el surgimiento de agrupaciones juveniles, un término que las instituciones prefieren al de banda o pandilla, aunque al final sean la misma cosa.

La mayoría, señala a la policía, y me incluyo, a fin de cuentas la laxitud en la aplicación de la ley y la tardanza de la respuesta en algunas ocasiones es equiparable a la idea del gato que no está o llega tarde o a paso lento y, por eso, andan de fiesta los ratones.

Pasa, sobre todo, ante indisciplinas sociales que pueden llegar a más. En las llamadas interminables de vecinos preocupados por riñas o altercados en las cercanías de sus barrios, o ante la proliferación de “bonches” con música altísima o “pumpunes”, que nunca terminan bien.

Pero militarizar las calles, en cada esquina un comité y un carro de la policía, no puede ser la respuesta. Tampoco debería esperarse para llegar a ese punto: cada acción de la PNR, del tipo que sea, es un fracaso de la prevención social. Y si hablamos de adolescentes y jóvenes, mucho más.

Así que la mirada natural va a las casas; a los padres, al sistema familiar, a quienes deberían saber por dónde anda su hijo o hija, con quién, en qué actividades, y crear valores, conductas, alejadas de la violencia. Y, de nuevo, tienen (tenemos) razón.

La familia es la primera escuela, el núcleo de todo, una variable en la ecuación que resulta en un niño/adolescente/joven/adulto de bien, básica, sin la que, casi siempre, todo se va cuesta abajo.

Pero la casa no puede estar sola. Debe haber una presión social, del barrio, de las personas que en nuestros entornos vecinales deben velar por que se mantenga el orden, el respeto... y eso falla, y mucho. Hay quien lo atribuye a los tiempos, a que la gente no está para buscarse problemas por líos ajenos.

Cuando recopilábamos información sobre los sucesos violentos que perturbaron el orden en las inmediaciones de dos escuelas del sur de la ciudad, con la participación de dos de esas bandas, cada una en representación de un barrio vimos los hechos específicos, pero mucho más.

Encontramos, sobre todo, vecinos molestos. Gente que se cansó de ponerse las manos en la cabeza “por la muchachada” que pone el ambiente cargado en las afueras de esos centros educacionales, viviendas pintadas con lápices, crayolas, con fulanito ama a fulanita, con nombres, declaraciones de todo tipo...

Uno se pregunta entonces dónde están las organizaciones sociales y de masas, dónde los militantes, el delegado o delegada, los jefes del Consejo Popular, el Gobierno en sentido general, que preside las Comisiones de Prevención y Atención Social a todos los niveles.

Y dónde están, no solo para identificar las conductas peligrosas, las que pueden parecer pequeñas, pero son el germen de algo más: también para crear oportunidades de trabajo, ocupación, divertimento, para reducir vulnerabilidades e inequidades.

También debería aplicarse lo que cierta literatura llama prevención situacional del delito, la cual se centra en cambiar y ordenar el entorno para crear condiciones que hagan más difícil el hecho de delinquir o la conciencia de que son mayores las posibilidades de quedar impunes.

Lo último implica entornos más ordenados, con vigilancia electrónica, más seguridad..., y sí, suena sofisticado, pero a veces es tan simple como garantizar el alumbrado público, una bombilla, en los sitios más vulnerables.

Sé que se dice fácil, pero es complejo. Entiendo que, cada vez que la crisis económica se recrudece, se incrementa, inmediatamente, el delito, la indisciplina, la desidia. Imposible desligarse de las brechas que impone la inflación, las carencias.

Pero es necesario actuar, no dejar correr, evitar avalanchas. Corregir a tiempo, con soluciones integrales, duraderas. Hay mucho en juego.

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