imagesññEn tiempos donde la inmediatez marca el ritmo de nuestras conversaciones resulta necesario la precisión respetuosa en el lenguaje. Decir lo que se piensa no significa hacerlo de cualquier manera ni a cualquier costo.

La verdadera fortaleza discursiva está alejada de imponer, herir o desacreditar, radica en la capacidad de sostener una posición con firmeza sin renunciar al respeto. La palabra, bien empleada, es un vehículo para el entendimiento, incluso, cuando existe desacuerdo.

Es fácil caer en la tentación del sarcasmo hiriente o la descalificación rápida; lo difícil y -por eso- valioso es Palabras, precisas y respetuosas construir una crítica lúcida, empática y transformadora.

Las palabras tienen el poder de levantar a quien tropieza o de hundir a quien ya está caído; por eso, cada expresión que emitimos debe llevar consigo la conciencia de sus posibles efectos.

Hablar con claridad, pero con empatía, no debilita un mensaje, sino que lo fortalece. La crítica, cuando es justa y bien formulada, se convierte en una herramienta para la mejora. En cambio, el insulto o la descalificación gratuita solo siembran divisiones.

La palabra puede sanar, pero también puede herir profundamente.

No se trata de suavizar verdades necesarias, sino de encontrar el modo correcto de expresarlas. La diferencia entre un juicio destructivo y una crítica edificante suele estar en la intención, pero también en el lenguaje. Quien sabe decir lo que piensa sin dañar, abre puentes. Quien habla sin medir, cierra caminos.

En cualquier entorno -desde la mesa familiar hasta los espacios públicos- se necesita cultivar el arte de hablar con mesura, humildad, perspectiva y, sobre todo, con respeto porque cada palabra contribuye a la forma en que tejemos nuestros vínculos y construimos la sociedad.

No se trata de callar por temor a incomodar, sino de comunicar con responsabilidad, con palabras justas y bien dichas, esas que construyen un diálogo verdadero, que no humilla, sino que impulsa a crecer.

La franqueza, tan valorada en el ejercicio honesto de la comunicación, no debe confundirse con la ofensa disfrazada de sinceridad. Elegir el lenguaje adecuado va más allá de un ejercicio de estilo o corrección política, es un acto de responsabilidad humana y social. Hablemos con respeto y propósito constructivo, porque al final, lo que decimos también construye la sociedad que habitamos.

Y vale la pena preguntarnos: ¿qué estamos edificando con las nuestras?

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