Ser padre es de las tareas más complicados de la vida y, el que diga lo contrario, miente, como también miente quien afirma que "madre solo hay una, mientras que padre puede ser cualquiera". Nada puede estar más alejado de la realidad.
Podría preguntar, ¿qué se necesita para ser padre? ¿Un vínculo genético? ¿Compartir un apellido? ¿Reconocimiento de la ley? Sería muy fácil, entonces. Se es padre no por la sangre o la carne, sino por los lazos invisibles que unen los corazones.
Papá siempre sostiene, no importa qué. Te levanta en brazos cuando naces, te carga en los hombros cuando eres pequeño, te lleva en su corazón -para siempre- una vez has crecido, sin abandonar nunca tus metas, pesares y aspiraciones. Esos, los lleva en la espalda la vida entera.
Se convierte en el primer enamorado, el primer mejor amigo, el más fiel compañero de juegos. En el héroe anónimo de la vida cotidiana, el arquitecto de los sueños de sus hijos, el guardián de su felicidad. Su presencia es un regalo invaluable, una fuente inagotable de apoyo.
Es de los primeros en celebrar los logros, consolar en las derrotas y enseñar las lecciones más valiosas de la vida. Su cariño es un faro que ilumina el camino, un refugio seguro en medio de la incertidumbre.
Papá también cambia pañales y socorre en las noches, cuando es menester. Sostiene sombrillas en los aguaceros, limpia rodillas llenas de sangre, lee cuentos y alimenta el alma, en cualquier vía. Trabaja de chófer, pintor, constructor, médico, pelotero, guía turístico, policía, explorador, pero nunca se cansa.
No hay dos padres iguales. Los hay de todos los colores y tamaños. Pueden peinar canas, o conservar atisbos de la juventud. Por las venas de algunos no corre la sangre de sus hijos. Otros, se van encontrando por el camino y se vuelven figuras paternas, sin saberlo. Todos y cada uno de ellos, tienen en sus manos el mejor regalo que pueden ofrecer: amor incondicional.
Vale volver, entonces, al principio ¿Qué se necesita para ser padre? Paciencia, amor, dedicación, entrega. Ser maestro y aprendiz. Sobrevolar los problemas con una capa invisible. Volver a vivir la infancia, y amar cada una de sus facetas. Eso hacen los buenos padres, los únicos e irrepetibles, los que hallaron en la paternidad la manera más hermosa de reinventar sus vida.