¡Hola, amigos de Contigo! Con el inicio del mes de abril, llegan aires de renovación, historias que merecen ser contadas y personajes que, desde el pasado, nos inspiran con su valentía.
En esta ocasión, nos remontamos a finales del siglo XIX, cuando una mujer desafió las normas de su tiempo y, sobre dos ruedas, cambió para siempre la forma en que La Habana veía a las mujeres.
¿Se imaginan el escándalo que causaría hoy ver a alguien romper las reglas con tanta elegancia? Pues en 1894, Titina Martínez, una joven gallega, lo hizo: se convirtió en la primera mujer en montar bicicleta por las calles de la capital cubana, desafiando burlas, críticas y hasta canciones callejeras que intentaron ridiculizarla. Esta es la historia de cómo un simple paseo en bicicleta se convirtió en un símbolo de libertad.
Titina y el arte de pedalear
La Habana, 1894. El sol caía a plomo sobre las calles empedradas cuando un murmullo incrédulo comenzó a extenderse como pólvora. Entre el bullicio de carruajes y vendedores ambulantes, algo —o alguien— había robado el aliento de la ciudad.
Era Antonia Martínez, una joven gallega de mirada audaz, conocida como Titina. No la hizo famosa su belleza, sino lo que llevaba entre las manos: una bicicleta.
En aquella época en que las mujeres cubanas se movían entre abanicos y enaguas, Titina decidió desafiar las normas. Con un vestido que apenas permitía el movimiento —pero que aún así escandalizaba—, subió a aquel artefacto de hierro y comenzó a pedalear frente a una multitud atónita.
Los hombres, entre burlas y piropos groseros, no sabían si reír o indignarse. Las mujeres, educadas en el recato, murmuraban tras sus mantillas. Titina no se inmutó. Había llegado a Cuba con el comerciante español Claudio Graña, quien introdujo las primeras bicicletas en la isla, y estaba decidida a usarlas.
El escándalo fue tal que pronto la ciudad entera hablaba de ella. Alguien, quizás un poeta frustrado o un bebedor de café, le compuso una copla que se repetía en cada esquina. La letra se volvió un estribillo burlón, pero Titina siguió pedaleando.
Los periódicos no tardaron en reaccionar. La Carta del Sábado publicó un editorial lleno de furia: "La señorita que ose irrumpir con desparpajo en ciertos espacios que le están vedados no será una mujer, será un fenómeno."
Era demasiado tarde. Aunque algunos la tacharon de "exhibicionista" o "libertina", otras mujeres comenzaron a imitarla. En Matanzas, Julia Bosch ya había posado en bicicleta para un fotógrafo. Pronto, en Cienfuegos, Sagua y Güines, surgieron clubes ciclistas femeninos.
En 1908, Titina escribió: "Sí, todos quedaron sorprendidos al ver una mujer usando una bicicleta en La Habana. Esta acción me hizo una precursora y causó un gran malestar en los hombres… pero no pudo ser detenido." Y así fue. Con la llegada del siglo XX, las cubanas comenzaron a cortarse el pelo, a mostrar los tobillos, a reclamar su lugar en calles y cafés. Titina no lo sabía, pero su paseo en bicicleta había sido el primer pedaleo hacia una revolución silenciosa.
Hoy, cuando una mujer monta en bici por el Malecón, quizás no sepa que alguien, hace más de un siglo, convirtió un escándalo en libertad.