eduardo galeano

Hola, amigos y amigas de Contigo. Un poeta que revisitaba estas páginas ha muerto. Eduardo Galeano, así, une su savia a la sangre rebelde de las venas de su América Latina. Su cuerpo nacido en Uruguay, que tantas veces se acomodó contra el suelo de Cuba, y sus ojos que se reencontraron otras tantas en nuestro mar, se reparte la tierra.

 

Defensor de los “Nadies”, cazador de historias de casi todo el mundo, hombre de abrazos que se dan, suspirador de amigos y de sueños, con sus días de amor, y sus días de guerra, con sus noches a las que le faltaron amigos arrancados por los dictadores, descansa en paz.

 

Propongo recordarlo, con dos textos de su Libro de los abrazos…

 

Profecías

 

Helena soñó con las que habían guardado el fuego. Lo habían guardado las viejas, las viejas muy pobres, en las cocinas de los suburbios; y para ofrecerlos les bastaba con soplarse, suavecito, la palma de la mano.

 

El arte y la realidad

 

Fernando Birri iba a filmar El cuento del ángel, de García Márquez, y me llevó a ver los escenarios. En la costa cubana, Fernando había fundado un pueblito de cartón y lo había llenado de gallinas, de cangrejos gigantes y de actores. Él iba a hacer el papel principal, el papel del ángel desplumado que cae a tierra y queda encerrado en el gallinero.

 

Marcial, un pescador de por allí, había sido solemnemente designado Alcalde Mayor de aquel pueblo de película. Después de la formal bienvenida, Marcial nos acompañó. Fernando quería mostrarme una obra maestra del envejecimiento artificial: una jaula destartalada, leprosa, mordida por el óxido y la mugre antigua. Esa iba a ser la prisión del ángel, después de su fuga del gallinero.

 

Pero en lugar de aquel escracho sabiamente arruinado por los especialistas, encontramos una jaula limpia y bien plantada, con sus barrotes perfectamente alineados y recién pintados de color oro. Marcial se hinchó de orgullo al mostrarnos esta preciosidad. Fernando, mitad atónito, mitad furioso, casi se lo come crudo:

 

-¿Qué es esto, Marcial? ¿Qué es esto?

 

Marcial tragó saliva, se puso colorado, agachó la cabeza y se rascó la barriga. Entonces confesó:

 

-Yo no podía permitirlo. Yo no podía permitir que metieran en aquella jaula cochina a un hombre bueno como usted.

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