El bolsillo de la discordia

Y yo que pensé que el mayor problema de las familias beneficiadas por el incremento salarial de julio –alrededor de 69 mil 700 trabajadores en la provincia- sería cómo engordar la guanaja, o el qué me compraré del cuento infantil ante un ingreso inesperado. Ilusa de mí.

La realidad supera la ficción más elaborada y donde debería ser alegría, alivio porque dos o tres buenos salarios son mejor que uno, porque ahora los planes darán menos planazos a cuenta de los bolsillos…, va creciendo la hierba maldita de la suspicacia.

En eso pienso cuando un amigo me dice que está preocupado. Él, tan “alante”, tan “posmoderno” y “pos” tantas cosas que ahora mismo veo en la necesidad de replantearme. “Cuando dieron la noticia no pude dormir, imagínate. Y ahora menos. Ella gana más que yo”.

No es el único. Le hago el cuento del amigo a una amiga y –¡horror de mis amores!- le pasa también, y a una señora con la que comparte profesión, y a una tercera conocida que, pensando en evitar sobresaltos, previamente ya le había quitado tres pares de cientos a su nómina.

Lo que pasa, en todos los casos, es la inseguridad, el miedo a que una billetera abultada en nuestros bolsos cambie, de una manera que no alcanzo a comprender aunque me esfuerzo, nuestra proyección como mujeres, trabajadoras, novias, esposas, madres…

Ellos pueden decir muchas cosas, intentar explicarse, filosofar incluso, pero en algún momento tendremos que ser sinceros:

La preocupación es realmente que si dependemos menos, podremos más y sin tantas consultas. ¡Qué vivan la libertad y la independencia!, decimos nosotras y ellos insisten en confundir los términos.

Es el machismo, es el patriarcado y sus esquemas de dominación que reclaman para nosotras el escalón de abajo, porque la posición mejor a la que puede aspirar una mujer siempre deberá estar un poco más lejos del cielo que la de nuestros pares masculinos.

Se lo pinto de esa manera a mi amigo. Le hablo de la violencia de género –que va lo sutil a lo brutal muy fácilmente-, de la dependencia económica como una de las bases de la dominación ancestral de los hombres sobre las mujeres, de la brecha salarial incluso en un país como el nuestro, donde nadie gana menos por ser mujer, por lo menos oficialmente.

Sacudo en su nariz otros hechos. Las mujeres, en Cuba, somos mayoría entre los graduados universitarios, pero al mismo tiempo menos en los puestos laborales mejor remunerados, en las sillas directivas, y en el sector cuentapropista y cooperativo y sus jugosos ingresos.

Y finalmente le digo que, solo por obra y gracia de ese pensamiento que tiene el buen tino de compartir solo conmigo, ya puede considerarse parte de esa rueda imparable de dientes filosos.

Se horroriza mi amigo. “¿Machista yo? ¿Dominador yo?”. “Sí, usted”, le suelto como en la ronda infantil, aunque este –y, por suerte, empieza a entenderlo- es un juego muy serio.

Tiene salvación. O eso espero, pero no puedo evitar sentir algo de pena. Ellos, tan ofuscados, tan perdidos, tan poco observadores, más ilusos incluso que yo, creyendo que el amor tuvo, tiene o tendrá, algo que ver con la billetera.

Comentarios   

0 #1 María 26-08-2019 16:25
Interesante, eso se llama VIOLENCIA ECONÓMICA y muchas mujeres que son víctimas de ello no lo entienden; claro que el bolsillo nada tiene que ver con el amor -si hay amor-. Ahora los que están acostumbrados a quitarle -de muchas maneras- el dinero a ellas, tienen más que quitar, ellas son las que deben abrir los ojos y poner fin a esta práctica denigrante, pero siempre aparece alguna que cae en la trampa.
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