Resulta urgente proteger nuestras reservas naturales
Arde el alma del mundo con el fuego de la Amazonía. Miles de hectáreas de bosques perdidas, arrasadas por las llamas son suficientes para mover la solidaridad y el llanto. No es para menos.
La Amazonía y su verde perpetuo, sus azules, sus rojos, sus 6,7 millones de metros cuadrados de pura lluvia, pura biodiversidad, productora del 20 por ciento del oxígeno del mundo. En llamas.
Entonces la gente se enerva. Se conmueve. Reza y pide que otros lo hagan. Cambian sus fotos de perfil en redes sociales. Comparte fotos –no importa que no sean exactamente del siniestro en la selva sudamericana: la idea es el desastre, el sinsentido, y eso está intacto-, se entristece, se molesta, se asombra…
Pero la mayoría no tenemos nada real que hacer por los incendios de la Amazonía. La mayoría estamos lejos, a miles de kilómetros de las llamas que este año “alimentaron” más de 47 mil incendios en esos bosques donde actualmente se reportan casi mil focos activos de fuego.
Tenemos, eso sí, nuestros propios mundos, nuestros bosques tropicales, ecosistemas, cunas donde se conserva el corazón natural de nuestras regiones, municipios y países: igual de entrañables, de necesarios, de insustituibles.
Espacios que sufren lo mismo que la Amazonía, y perecen bajo las llamas que genera la falta de prevención, la codicia, el descuido que en estos casos se convierte en negligencia.
Algunos dirán que no es comparable. Que ni siquiera los espacios más arrasados por las llamas en Guantánamo y en Cuba pueden equipararse a la fuerza natural extraordinaria de la Amazonía y todo lo que de ella pende, y pudieran tener razón, pero ese no es el punto.
El punto es que la motivación, la lágrima, el impulso se vuelvan práctica. Que lloremos por el Amazonas, pero trabajemos por nuestras reservas naturales, por los bosques tropicales que no son tan densos, tan inexplorados, tan ricos, pero son los que producen nuestro oxígeno, nuestra agua dulce, nuestra lluvia.
Solo en las más de 70 mil hectáreas del Parque Nacional Alejandro de Humboltd, por citar el ejemplo más evidente, viven unas mil especies de plantas y más de mil 200 de animales, de los cuales el 80 por ciento son endémicos, al punto que se califica como la zona de mayor biodiversidad de las Antillas.
De modo que hacerlo importa. Que el hombre y la mujer que comparten el dolor por la Amazonía ayuden al cambio en su contexto hace la diferencia, o al menos podría hacerla; a fin de cuentas, buena parte de los incendios forestales y no forestales que ocurren en nuestro país tienen causa antropogénica, tras ellos está el hombre.
Lo que ocurre bajo nuestras narices tampoco es desestimable. En los últimos tres años –con excepción del 2018- Guantánamo se reportó 18 incendios forestales, de los cuales solo uno se originó por causas naturales, que afectaron más de 300 hectáreas de árboles.
Hablamos de incendios, pero el cuidado del medio ambiente va más allá. Implica gestionar responsablemente nuestra basura, cuidar las aguas de los ríos, reducir lo más posible la emisión de los gases de efecto invernadero, que es además contribuir a disminuir la temperatura del planeta y el incremento del nivel del mar.
Significa cambiar desde lo pequeño, desde el espacio personal de nuestras casas, desde los espacios recorridos y vueltos a recorrer de nuestros barrios, ciudades y campos…, porque de lo minúsculo, de lo sencillo se compone lo grande, lo complejo.
Recemos entonces, sigamos rezando por la suerte de la Amazonía, el principal responsable de la regulación del clima de Sudamérica, tesoro mayúsculo…, pero hagamos también, bosque, vida, país adentro.