Con el rebrote de la pandemia, se ha evidenciado que el microorganismo que nos mantuvo en jaque durante el 2020 está presente entre nosotros con tal fuerza, que si no adoptamos conductas consecuentes con la realidad epidemiológica, continuará en ascenso la curva de afectados y nos hará alejarnos de la tan ansiada Nueva normalidad.
Las estadísticas hablan por sí solas: Guantánamo tiene la tasa de incidencia más alta del país, con la negativa presencia de no pocos infantes y adultos mayores con enfermedades asociadas contagiados.
Los científicos no son magos y, aunque han hecho disímiles aportes para el enfrentamiento al SARS CoV-2, mientras llega la vacuna, en estos momentos, el mejor antídoto contra el enemigo invisible es cumplir con las medidas higiénico-sanitarias establecidas.
Las conductas responsables que la circunstancia demanda, se sintetizan en una frase: autocuidado personal, familiar y comunitario. Para ello, debemos usar la mascarilla, de manera que proteja adecuadamente la nariz y la boca, pero algunos por ahí piensan que son cintillos, corbatas, baberos, y hasta bufandas; olvidan que el conocido nasobuco no debe quitarse del rostro en la calle para fumar, beber o comer…
También tenemos que mantener una sana distancia del resto de las personas de un metro y medio a dos, dondequiera que estemos, ello constituye una imperiosa necesidad. Complementa la prevención sanitaria el lavado frecuente de las manos con abundante agua y jabón, soluciones cloradas o hidroalcohólicas, junto a la desinfección de las superficies y objetos de uso común.
Por último, sabemos que debemos quedarnos en casa, pero las imágenes que vemos en todas las comunidades hacen creer que los niños, adolescentes y jóvenes están de vacaciones, pues juegan en calles y jardines, bajo la mirada cómplice de padres y abuelos; también llama la atención la cantidad de adultos mayores que hacen mandados o simplemente pasean.
Con esas conductas irresponsables de los guantanameros la vulnerabilidad frente a la COVID-19 está latente, y los anhelados pinchazos cargados con las preciadas gotas de las vacunas que soberanamente se producen en Cuba, aún no están a nuestro alcance.