En fecha reciente dialogaba con un ciudadano extranjero procedente de Europa, me decía que la última vez que visitó a Cuba, estaba en periodo electoral y se asombró de no encontrar en ninguna de las cuatro provincias que visitó pasquines con los rostros de los candidatos, ni anuncios de televisión pagados, ni soldados custodiando urnas.
Tampoco vio propaganda electoral individual, ni escuchó promesas de soluciones milagrosas, ni compromisos de hacer. Lo que es tan común en su país, me decía, para concluir.
Estas son prácticas; le dije que desaparecieron al mismo tiempo que el pluripartidismo.
El proceso aquí, más democrático y transparente no puede ser: es el pueblo quien postula y quien elige, en singular asamblea de electores de la circunscripción de la que son residentes; de ahí salen los candidatos libremente propuestos, se nominan por áreas y cada área nomina un solo candidato, que pueden llegar a ser hasta ocho como máximo de nominados en una misma circunscripción, fórmula única en el mundo contemporáneo.
Una cantera grande de valiosos compañeros y compañeras, no de élites, sino de obreros, campesinos, estudiantes, amas de casa, jubilados, militares, trabajadores por cuenta propia, para elegir uno, y se considera elegido como delegado, el candidato que haya obtenido más de la mitad del número de votos válidos emitidos en la circunscripción electoral de que se trate.
En caso de que ninguno de los candidatos haya alcanzado esa votación o queden empatados, la comisión electoral de circunscripción dispone una nueva elección a efectuarse en el término de 10 días.
Al ser electos como delegados a la Asamblea Municipal del Poder Popular no devengan ingresos por ese desempeño, ni otros beneficios derivados de la elección, algo muy común en otros países.
El delegado es una autoridad estatal, un ente político, que rinde cuenta periódicamente de su gestión, sin embargo, no es la máxima autoridad de la circunscripción, pues el verdadero poder lo ejerce el pueblo y los electores. Es el eslabón primario de nuestro sistema político.
Lo único que ganan los representantes nuestros es más trabajo, más responsabilidad, más compromiso de servir y, por supuesto, el reconocimiento popular si logran resultados. De faltar a la confianza depositada por los electores, los que lo eligieron lo revocan ya sea por pérdida de prestigio o por incurrir en hechos que afecten el buen concepto público.
A ellos el país solo le ofrece lo que José Martí a Máximo Gómez en la histórica carta en la que lo convocaba a hacer la Guerra Necesaria: “El placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres”.
Un escaño en la Asamblea Nacional del Poder Popular no es un sillón mullido donde mecerse por los méritos. Es un espacio en defensa de los principios y las ideas revolucionarias. Dura y enaltecedora misión.
La ley establece como requisitos la equidad entre los nominados, sin distinción de sexo, credo, color de la piel, orientación sexual, filiación política, todos tienen derecho a nominar y ser nominados, a elegir y ser elegidos para ocupar cargos en los órganos del Poder Popular en similitud de igualdad, son las capacidades, los valores, los méritos y el prestigio personal los elementos que determinan la inclusión de los propuestos.
Cuando se trata de elecciones nacionales, toca por mandato de ley a las Comisiones de Candidatura integrada por representantes de las organizaciones de masas y estudiantiles, analizar, preparar y presentar el conjunto de propuestas que emergen de los plenos de las organizaciones, para seleccionar a los precandidatos con un criterio que garantice la mayor representatividad posible de la nación que somos y luego consultarlo con cada delegado de la Asamblea Municipal, constituida al efecto en colegio electoral, que son finalmente los que aprueban la candidatura.
A ninguno de ellos los postula el Partido, ni es una candidatura solo de dirigentes, hay personas que por las importantes funciones que cumplen, dígase ministros, gobernadores, altos oficiales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) o el Ministerio del Interior (Minint) y glorias del deporte o la cultura la integran y que resulta comprensible, pero el otro 50 por ciento son delegados de base.
Para ello, se constituye el Consejo Electoral Nacional, órgano del Estado que se encarga de organizar, dirigir y supervisar las elecciones, consultas populares, referendos y plebiscitos que se convoquen para asegurar, por su parte, la transparencia e imparcialidad de los procesos de participación democrática, validar los resultados e informar a la nación.
Los diputados elegidos serán decisores activos en la definición de la estrategia de desarrollo económico, con la que el país enfrenta las consecuencias cotidianas del férreo bloqueo guiado desde la Casa Blanca en su obstinado empeño de hacer inviable nuestro sistema de gobierno, para que sea el pueblo finalmente vencido por las persistentes carencias y hasta por la incredulidad inducida contra sí mismo por los enemigos de la Revolución.