osvalUna ciudad, como el hogar, es el mejor espejo de la personalidad y valores de sus habitantes. Si está ordenada, engalanada, limpia... podemos decir que los ciudadanos que la ocupan son personas de bien, educadas, claras de sus deberes y derechos cívicos.

En cambio, cuando se nos muestra un ambiente insalubre y degradado, el mensaje que nos queda es completamente contrario.

¿Cómo puede una persona con sentido de la responsabilidad individual y colectiva convivir en un entorno agreste y desagradable para sí mismo y los demás?

La ciudad de Guantánamo en algún momento fue sinónimo de belleza y pulcritud. De pequeño recuerdo a los adultos referirse, orgullosos, a la limpieza de la urbe, impecable, envidiable; mas hoy, de aquella imagen, solo nos queda la añoranza.

La acumulación de males sociales, antivalores y, sobre todo, de BASURA hasta en el más impredecible sitio, contrasta tristemente con la imagen gloriosa que alguna vez ofrecimos al mundo.

Las razones de tal cambio son harto conocidas: atrasos en los ciclos de recogida, baja disponibilidad de combustible, pésimo estado técnico del parque de equipos de la entidad estatal responsable de la recogida de los desechos, ineficiente gestión para búsqueda de soluciones alternativas y sostenibles... agréguese la irresponsabilidad e indisciplinas sociales, la insensibilidad y, sobre todo, la baja percepción de riesgo.

Y digo riesgo porque, a veces olvidamos que donde reina la basura, también la salud está en peligro.

El sector de la población que sufre con mayor frecuencia de problemas de salud relacionados con este mal, es el de los trabajadores formales e informales involucrados en su manejo, así como quienes no disponen de recolección domiciliaria regular o viven cerca de los sitios de tratamiento y disposición.

Sin embargo, el problema puede afectar- nos a todos, a través de la contaminación de las aguas superficiales y subterráneas, el consumo de carne de animales criados en basureros y la exposición continua a residuos peligrosos.

Muchas enfermedades se encuentran rela- cionadas con los residuos sólidos, entre ellas, las infecciones respiratorias agudas y las que son transmitidas por vectores: la peste bubónica, el tifus murino y la leptospirosis, debido al mordisco, la orina y las heces de las ratas; la fiebre tifoidea, la salmonelosis, el cólera, la amebiasis, la disentería y la giardiasis, por las moscas; la malaria, la fiebre amarilla, el dengue… a través de la picadura del mosquito Aedes aegypti, y la cisticercosis, la toxoplasmosis, la triquinosis y la teniasis por ingestión de carne contaminada.

El cultivo de verduras en aguas albañales o cercanas provoca enfermedades diarreicas y, consigo, el parasitismo intestinal. La existencia en las calles de los botaderos abiertos facilita el acceso a los desechos de animales domésticos y, por consiguiente, la potencial diseminación de enfermedades y contaminantes químicos a través de estos.

Defectos de nacimiento, cáncer, enferme- dades cardiovasculares, bajo peso al nacer y parto prematuro son otras consecuencias en el mundo asociadas a los vertederos a cielo abierto, que representan el 91 por ciento de todas las emisiones de metano, este último uno de los principales responsables del cam- bio climático.

Si a esto le sumamos las molestias que provocan los malos olores y el consiguiente deterioro estético e higiénico de la ciudad, entonces vale preguntarse si todos estos riesgos son, en parte, conocidos por habitantes y decisores, ¿qué se hace para reducirlos?

¿Acaso solo los gobiernos locales tienen la solución parcial o paulatina de ese fenómeno?

Los especialistas a nivel mundial han promovido disímiles prácticas para reducir la contaminación e impacto de los basureros. El almacenamiento y reutilización de los alimentos eficazmente es uno de ellos. Ya sea congelarlos, deshidratarlos o encurtirlos para aumentar su vida útil y evitar botarlos (en caso de no contar con animales que se alimenten de las sobras).

Reducir el consumo de papel al cambiar de materiales impresos a los formatos digitales puede reducir significativamente las emisiones de carbono.

También el reciclaje intensivo, sistemático, como práctica común y no aislada o temporal como se ha promovido. Gran parte del plástico de un solo uso que consumimos acaba en los ríos, parques y en los lugares que amamos en nuestras propias comunidades. Crear grupos o sumarse a personas con ideas afines que estén trabajando para eliminar el plástico o reutilizarlo con fines artísticos o decorativos también ayuda.

Pero, sobre todo, hace falta un adecua- do y exigente cumplimiento de normativas internas que ayuden a regular la presencia de microvertederos, convenir horarios y sitios donde depositar la basura, gestionar agentes para su recogida (de manera estatal o particular)...

Estas ideas pueden marcar la diferencia para bien de nuestra gente, nuestra salud y claro está... de nuestra ciudad.

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