portada niño celLlegó el verano, la estación tan esperada por grandes y chicos. Con él, los niños disfrutan de sus merecidas vacaciones tras un largo año escolar. En los barrios se escucha la algarabía de los más pequeños, las casas se llenan de risas, juegos, carreras, y esa energía desbordante que por meses se mantuvo contenida entre libretas y horarios escolares.

Pero, junto al júbilo de la temporada, también se asoma un peligro silencioso que cada año se vuelve más común: la exposición excesiva a las pantallas. Se trata de un problema creciente, aún subestimado por muchos adultos, pero con consecuencias reales para el bienestar físico y emocional de los niños.

Es cierto que vivimos en plena era digital, donde la tecnología ocupa un lugar central en nuestra rutina diaria. Pero eso no puede justificar el uso desmedido de teléfonos, tabletas, computadoras o televisores como sustitutos del tiempo de calidad o del juego activo.

La ciencia ha sido clara. Numerosos estudios han demostrado que la sobreexposición a las pantallas puede afectar negativamente el desarrollo cognitivo de los niños, comprometiendo su capacidad de atención, su pensamiento creativo, su memoria y hasta su regulación emocional. También se ha demostrado que la luz azul que emiten estos dispositivos altera los ciclos del sueño, algo crucial durante las etapas de crecimiento.

Pero el problema no es solo neurológico. Al pasar tanto tiempo frente a una pantalla, los niños reducen sus oportunidades de aprendizaje en el plano social: dejan de practicar la empatía, la comunicación no verbal, la cooperación y la resolución de conflictos. Y por si fuera poco, se disparan los comportamientos sedentarios y con ellos, los riesgos asociados: obesidad, irritabilidad, agresividad e impulsividad.

No se trata de demonizar la tecnología, sino de entender que su uso debe ser responsable y equilibrado. Por eso, es fundamental que las familias actúen con conciencia y tomen medidas preventivas desde el hogar.

Establecer límites de tiempo razonables, definir horarios específicos para el uso de dispositivos, evitar que estos interfieran con el sueño o las comidas, y fomentar otras formas de entretenimiento más saludables, son algunos de los primeros pasos.

Apostar por los juegos tradicionales, las actividades al aire libre y las manualidades, no solo estimula la creatividad, sino que refuerza el vínculo afectivo entre padres e hijos. Crear dentro del hogar zonas libres de pantallas —espacios pensados para leer, pintar o compartir en familia— puede marcar una gran diferencia.

Asimismo, resulta clave el rol de las instituciones. Organismos como el INDER, Cultura y las bibliotecas deben redoblar esfuerzos para generar espacios de recreación, actividades deportivas y talleres artísticos accesibles para todos los niños, especialmente durante el verano. Aunque los recursos materiales sean limitados, la creatividad, el compromiso comunitario y el deseo de ver felices a nuestros niños pueden suplir muchas carencias.

Proteger a la infancia de los efectos nocivos del uso excesivo de las pantallas no es una tarea imposible. Requiere voluntad, información y dedicación. Ellos merecen crecer en un entorno sano, dinámico, con tiempo para imaginar, descubrir, moverse, ensuciarse y aprender.

Este verano puede ser una oportunidad para cambiar hábitos y recuperar lo esencial: la risa compartida, la bicicleta al atardecer, los juegos de escondidas, las historias inventadas bajo una manta, y el tiempo de calidad con quienes más nos necesitan.

Nuestros niños merecen mucho más que una pantalla. Merecen presencia, atención y cariño verdadero. Hagámoslo posible. Por ellos.

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