La mayoría de quienes habitamos este archipiélago, los “cubanos de a pie”, día a día sentimos en la piel y en el alma las consecuencias de vivir en esta estoica Isla del Caribe, que pareciera destinada a existir en permanente “pelea contra los demonios”, por el único pecado de resistirse a ceder a imposiciones hegemónicas de otro destino, opuesto al que estamos llamados a construir desde la máxima martiana de “Con todos y para el bien de todos”.
Peor que los efectos del cambio climático son los aires que soplan en el planeta cargados de injerencimos, xenofobias o chovinismos extremos, desvergüenzas y otras negativas realidades, que nos llegan -queramos o no- porque no vivimos en una urna de cristal.
El tiempo está revuelto, con desenfreno se promueve la desintegración de ideologías y de conciencias. Cuba, no escapa a esas nefastas influencias; sería imposible en tiempos de globalización mediática de la comunicación, redes sociales digitales y el internet.
Dolorosas y dolarizadas medidas necesariamente asumidas en el país, la aguda contracción económica que se vive, la fuerte guerra de penetración cultural a la que estamos sometidos y las también abundantes actuaciones tecnócratas e insuficiencias internas, llamadas a erradicar, hacen que se ensanchen las brechas sociales.
Lamentablemente la sociedad se resiente y aparece la tendencia a replantearse determinados valores. Como si las penurias fueran necesariamente condicionantes de la Dignidad.
Y se multiplican los seres “tristes de alma”, quienes dejan el combate o nunca verdaderamente combatieron, quienes por monedas o posición social se postran de hinojos ante los poderosos, cambian sus rumbos o toman el que siempre superfluamente aspiraron.
“Son aquellos –como los definiría José Martí- quienes el apetito del bienestar ahoga los gritos del corazón del mundo y las demandas mismas de la conciencia”.
Son tiempos de determinadas “aperturas económicas”, en que muchos “pícaros” y “vividores” de adentro, se regodean en sus cuotas de éxito, sobre todo ante los que vivimos de un salario.
No escapan quienes creen que todo es mercancía y sólo saben de un precio en bienes materiales o en dinero, y los que intentan escalar tal o más cual posición pisoteando, maltratando, teniendo como máxima el egoísmo, con doblez en el actuar o utilizando determinados subterfugios.
Esos, no podrá conocer ni comprender nunca la virtud, no distinguirán el significado de tener la ética como bandera.
Es cierto que cada ser social es una individualidad irrepetible, y cada quien –al decir de Amado Nervo- es “el arquitecto de su propio destino”. Pero, esto no puede llevarnos a una posición de resignación y conformismo, si se trata de aspirar a una mejor sociedad y forjar una equidad colectiva donde primen los valores que siempre caracterizaron a los cubanos.
Desde el nivel institucional hasta en las familias debe ser pregunta constante ¿qué nos está fallando en la educación de los cubanos? Cómo, desde este país, que no puede a sus hijos dar más allá de sus posibilidades, lograr formar y sustentar valores en tiempos convulsos y de tanta plasticidad de cuerpo y de alma.
La batalla contra los intentos de colonización cultural no puede ser una consigna: tenemos que formar desde la escuela, lo institucional y hasta el seno familiar, personalidades con un pensamiento proactivo y crítico.
Urge que logremos de manera creativa trasmitir nuestros mejores valores patrios, esa historia que nos orgullece. De no lograrlo le será fácil entonces al colonizador de dentro o de afuera cargar con su trofeo, ese que tenemos en las nuevas generaciones, encargadas de llevar las riendas del país.
Y sí, “puede que algún machete se enrede en la maleza”, porque son verdaderamente tiempos difíciles para la ética, para la pureza y la dignidad.
Pero no por espinosos los caminos se hacen imposibles de salvar, porque si se puede ser ético, puro y digno cuando se ha aprendido bien a ser así y no de otra forma.
Por eso es decisivo que quien educa desde cualquier posición cotidiana y ámbito laboral, social y familiar, reúna y practique, en primerísimo lugar la ética como bandera.