El camino es irregular. Melquíades, el promotor cultural, nos recibe con los brazos abiertos y nos separamos de los demás cruzados. Somos un grupo pequeño conformado por el teatro Campanario, oriundos de Santiago de Cuba; la periodista Nailey Vecino, del Sistema Informativo Nacional; y José Julián Baliño, historiador e investigador habanero. Los demás se dirigen al pueblo de Bernardo, pero nosotros tenemos un rumbo fijo: Dos Pasos.
Para llegar a la comunidad, hay que cruzar un puente colgante a 12 metros de altura, con suelo de madera y cables de fibra fijados a cada extremo del barranco por donde, justo debajo, fluye el río. Está seco, dice Melquíades, y añade que el día anterior un niño de nueve años se lanzó de cabeza, sin motivo aparente, y dio vueltas suficientes en el aire como para caer de pies y sin ninguna fractura en el cuerpo. ¡Un milagro!
Los santiagueros son hombres y mujeres fuertes, sabios y valientes. No obstante, una de las miembros del grupo, sufría vértigo y al presenciar el puente y su altura, empezó a negarse a cruzar por “ese abismo”, como lo ella denominaba. José Julián y yo nos brindamos a ayudarla y la tomamos de las manos, ella con los ojos cerrados y pisando firme las tablas mientras agonizaba en gritos de terror, hasta que empezamos a hablar de cosas de trabajo cuando, ¡sorpresa! ya habíamos cruzado el puente y recibíamos el aplauso de los que la apoyaban emocionalmente.
Al otro lado del río, el pueblo estaba reunido bajo un caney adornado con cortinas rojas, azules y amarillas. En las mesas había catauros llenos de zapotes, guayabas, cañas, albaricoques, guarapo y café. Este último estaba endulzado con miel de abeja, provocando así una amalgama de sensaciones exquisitas en el paladar.
Campanadas se prepara y, mientras tanto, converso con Melquíades, promotor cultural por años en este poblado. Su nombre y apariencia me recuerdan al personaje homónimo de Cien Años de Soledad, obra de Gabriel García Márquez, pero con la diferencia de que este no es gitano, y que en vez de peces de oro, fabrica arte con sus coterráneos.
Melquíades tiene 60 años, de los cuales lleva 35 consecutivos viendo regresar a la Cruzada Teatral cada 4 de febrero. Es de baja estatura. Tiene la piel india y el pelo canoso, un rasgo distintivo de los pobladores de esta zona, en su mayoría descendientes directos de aborígenes. Melquíades habla con elocuencia y afirma que este día es una fiesta para todos.
Comienza el espectáculo. La obra de Campanadas se llama Piratas a la Vista y, de pronto, vuelan los papalotes. Los perros guardianes hablan con los rufianes, ogros y, en un santiamén, todo Dos Pasos se sumerge en un universo donde los niños que lloran montan cometas en el viento que les borra la tristeza del rostro y, además, la hierba florece y se torna más verde allá donde pisan los artífices de esta magia: los cruzados teatrales.
Olores a queso y leche, cantos de niños, las sonrisas de los más adultos, el llanto de un recién nacido. ¿Quién puede negar el carácter realista-mágico de esta epopeya que resulta ser nuestra encomienda principal, y se ha convertido en una forma y estilo de vida? Martí se siente cercano cuando dijo que subir lomas hermana hombres y mujeres.
Aquí somos hermanos todos. Una hermandad cuyo estandarte es el arte por crear y permanecer en el camino, ahí donde hace más falta. No en los recovecos citadinos donde, por falta de algún recurso, se cancela la función. Aquí se demuestra que las ganas de hacer y crear, superan, por mucho, a cualquier obstáculo.
Nos despedimos de Dos Pasos dejando un pedazo de nosotros. Llevo conmigo el recuerdo de haber corrido por las tablas del puente, desafiando al peligro, con tal de sentir la adrenalina en mi cuerpo. Íbamos riéndonos de Eider, actor de Campanadas, al que un perro le robó un zapote y no lo pudo atrapar. Fue el cuento del día.
Melquíades nos despedía rodeado de niños y comprendí que esos eran sus peces de oro. Su sonrisa blanca se podía distinguir al otro lado del río y alzaba sus brazos mientras decía que el próximo 4 de febrero estaría en el mismo lugar, a la misma hora, esperando por nosotros.