IMG 20251103 WA0017Quien los vio así, con esas caras de niños grandes intercambiando bromas, como las batas blancas que los define las llevan en las mochilas, hasta pudo no haber advertido que estaban a las puertas de un desafío colosal.

Al lado de sus jolongos, a pocos minutos de la partida, hablaban con desenfado y de buen humor, y en las sonrisas brotaban chispas de vitalidad juvenil. Invencibles parecían esos muchachos, de jeringas, estetoscopios y bisturíes.

Pocas horas después, cuando los ríos cortaron el paso por carretera; cuando fragmentos de lomas impregnadas de agua del cielo se precipitaron y hubo caminos rotos, la gente aislada no estuvo sola, porque antes llegaron ellos, a levantarle un muro de humanidad a la incertidumbre.

Iván Michel Fangtac, médico de 29 años de edad y tres de ejercicio profesional, quien se adentra en el segundo año de la especialidad de Medicina Intensiva, juró seguir allá, “junto a las personas”, en el momento crucial. “Nuestro deber es cuidarlos, y si es menester, salvar vidas”, dijo. Iván Michel, porque lo ha vivido, sabe de los sobresaltos de un médico cuando la tempestad envalentonada cobra una víctima; en este caso “un anciano, con fractura abierta y exposición ósea”.

Ha pasado un año de esa experiencia bajo el huracán Oscar. Entonces el joven ocupó puesto en el policlínico de Bayate; fue su bautismo profesional en ese enclave del municipio de El Salvador, rodeado de lomas; “ayudé en lo que pude -matizó-, y aprendí. Ahora voy mejor preparado”.

Dijo que el lunes, mientras se despedía de su madre y de su esposa Liliet, joven y médico como él, intercambiaron abrazos triples y “cuídate” simultáneos. Y también dijo que los “cumple” y los “cumpliré” fueron, más que peticiones y juramentos, un pacto. “Voy a una misión que reclamará lo mejor de mí -confesó-. Y fue, y allá está, “porque me hice médico para eso”.

Eber González Bordonado, por su parte, de 26 años, y cirujano en formación, se tocó el pecho.

Pareciera que llevaba una carga de coraje en ese rincón de su cuerpo. “El miedo no late aquí”, aseguró, con la certeza del que sabía a dónde iba, a qué y por qué. “Estaré en Felicidad de Yateras mientras me necesiten”.

Para el mismo convite, a Santa Catalina de Manuel Tames fue otra brigada; “nuestra máxima es salvar vidas”. Con la certeza de ser un guerrero del bienestar humano lo proclamó Eliécer Guerrero; “de allá regresaremos crecidos”.

Su lugar y el de sus compañeros está en la primera línea. Están allí porque aman la vida, y sin alardes se dispusieron a defenderla en las montañas del Alto Oriente. En total son 56. Jóvenes casi todos, integrados en ocho brigadas quirúrgicas.

Tiene cada una, anestesista, ortopédico, ciru-jano, un especialista en Medicina Intensiva, y dos enfermeros.Tienen un escudo de humanidad y pasión. Y una espada: la medicina cubana. Guardianes de la existencia son ellos.

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