Me detengo. Es mediodía y pica el sol, sobre los ojos, sobre la piel que no guarda la tela, urge algo frío. Hay dos o tres personas en cola, así que espero que se dispersen para fijarme en la tablilla. Treinta pesos una tartaleta con helado de chocolate. Cinco pesos más, nunca cinco pesos menos.
Se me ocurre un título, el de este texto. No sé por qué ese exactamente, aunque la referencia es clara: el holguinero Rubén Rodríguez y su cuento La Madrugada no tiene corazón: historia de un bicitaxista que mata a sus clientes. La analogía, reconozco al instante, es bastante fuerte. O no.
Varios vendedores confluyen mientras me debato. Tartaletas -sí, una opción comestible y más amigable con el medio ambiente o por lo menos con el “medio visible” -con cocada a 20 pesos; paquetes de galletas raquíticos y pellys a 40; conos de helado a 25: ramificaciones de la gastronomía privada.
¿Se entenderá, entonces, que quienes ponen los precios no tienen corazón? Sería la suposición más simple, pero en este tipo de matemáticas no sirven las cuentas de bodeguero. La economía de un país es más compleja de lo que parece: no cree en topes ni regulaciones. Tiene una lógica propia, arrolladora.
Si la materia prima sube, el costo final sube. Si los precios en general se inflan, no es posible mantener a un trabajador contratado con un sueldo que no se ajuste a la realidad. Súmele la devaluación del peso, la cota cada vez más alta que le pone el MLC al mercado informal, los costos de mantenimiento, los impuestos…
La otra parte de la historia es que, si vamos a hablar de precios, todos los actores económicos -incluso los que incursionan en la compra y venta de manera eventual- padecerían la misma falta de sentimientos.
Ahí tenemos, en el comercio estatal en moneda nacional a la bola de helado Copelia -incluso mareada por el calor- a siete pesos; la pasta de ajo a casi 200; el vaso de batido de helado -eufemismo puro, queridos lectores: me guio por la tablilla- a 15 pesos; la bolsa de jugo de frutas con 10 litros a 600 pesos.
Para estos últimos, igual funciona lo del costo de las materias primas, que lo fijan otros productores sumando todo cuanto se invirtió en producirlas, el margen natural de ganancias y un poco más, según reconocieron altos funcionarios de la provincia en un encuentro reciente con la prensa, refiriéndose a la tendencia de generar dividendos a partir del incremento de los precios y no del aumento de las producciones y la eficiencia.
En el otro extremo -y a veces formando parte de los nudos gordianos de más arriba- están las tiendas en moneda libremente convertible o, simplemente, MLC. Allí los precios, que al calor del sol pueden resultar altos, suben la fiebre puertas adentro, sin importar cuán bajo esté el termostato del aire acondicionado, no tanto por el precio en sí, sino por el costo real de esa moneda que anda por los ¡115 pesos!
Por encima, por debajo de la fachada más transparente del mundo, en el medio de todo, tenemos al mercado informal, que acopia lo más buscado en los anteriores, lo guarda y le multiplica el precio que ponen las estanterías por las horas de colas o el dinero que alimenta la maquinaria que le posibilita estar al tanto de “lo que van a sacar” y acceder a ello.
Súmenle, o involucren en el tema a la crisis que ya venía anunciándose antes de la COVID-19, y que con la pandemia cerró filas, el bloqueo contra el país, y los vaivenes externos con guerras incluidas, que en nuestra economía llegan más que como olas, como tsunamis, en tanto la mayor parte de nuestros ingresos, dependen de las importaciones.
Mucho pensar para una tartaleta de helado. Así que sigo mi camino, con los bolsillos un poco más flacos, la boca pidiendo agua, y el corazón, quizás, un poco más frío.
Comentarios
No he podido comprar ninguna más a 2 pesos
Sin embargo están a 5 pesos (Venden generalmente los mudos y otros)
Podrían explicarme.
Gracias
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