hermes julian

Dialogar con Hermes Julián Ramírez Limonta fue como volver a aquellas carreras olímpicas del relevo corto cubano, sobre todo la que le dio plata en México 1968, evocar la lesión previa a Múnich 1972 o acompañarle en sus jornadas de preparador físico en escuelas militares.

Dueño de una arrancada impresionante y facilidades poco vistas para el desplazamiento, aunque habría querido disponer de más fuerza para los remates, se encumbró entre los más precoces velocistas cubanos y es de los pocos asistentes a tres contiendas olímpicas: México 1968, Múnich 1972 y Montreal 1976.

Esta Gloria del Deporte, nacido en Guantánamo el 7 de enero de 1948 aunque vive en La Habana desde pequeño, se descubre como buen comunicador.

Rompamos el orden cronológico de los sucesos y comencemos por la afectación de las piernas que le llevó a una intervención quirúrgica... 

Fue en 1998, mucho después del retiro, pero causada por el desgaste del deporte, que no deja los mismos efectos en todos. El profesor Álvarez Cambras me explicó que cuando eres atleta todo el tono muscular está en función de la actividad que realizas, pero al dejar de serlo disminuyes y si no te desentrenas los músculos sufren cambios que causan movimientos que dañan los huesos. Por eso necesité hasta una prótesis interna que me ha salido muy buena.

No obstante, mi lesión más dolorosa fue una semana antes de los Juegos Olímpicos de Múnich. Fue en el bíceps femoral, que me impidió correr los 100 metros y limitó mis opciones en el relevo, donde no clasificamos. Sucedió ya en la sede, en una jornada de preparación donde cubrí una posición que no era la mía, la curva, porque se probaron cambios.

Ahora sí vayamos a los inicios: ¿Por qué llegas al atletismo?

Creo que el origen está en la alfabetización, que me llevó a la Sierra Maestra, en La Plata. Tenía que caminar alrededor de 10 o 12 kilómetros para buscar “luzbrillante” para los faroles en un lugar que se llama Puerto Malanga, y esa trayectoria la hacía corriendo, sin tener idea de lo que iba a pasar con mi vida después de eso. Solo tenía 12 años.

Luego me fui a estudiar en Tarará, hice la preparatoria para la secundaria y me convertí en atleta en el año 1962 porque en uno de esos programas LPV que se organizaban una profesora me tomó el tiempo y me dijo “No puede ser, hay que volver a correr”. Lo hice y nuevamente marqué 12 segundos exactos en 100 metros planos.

José “Cheo” Salazar fue mi primer entrenador, y me llevó a los primeros Juegos Escolares. Pasé al equipo nacional en 1964, con 16 años, como parte de un grupo en el que también estaban Cristina Echevarría, Marcia Garbey y Miguelito Olivera. Éramos atletas jóvenes que por primera vez íbamos a conformar un equipo juvenil y nos acogieron sin recelos.

¿Su mayor cualidad para correr?

Una concentración extraordinaria, que era lo mejor de mi arrancada. Para ganarle al “Fígaro” (Enrique Figuerola) había que salir bien, si no era imposible, y fui el único que lo hizo dos veces en Cuba. Yo era un corredor de muy buenos pasos transitorios, con una gran potencia, y cuando estaba bien preparado no podían alcanzarme, pero me desestabilizaba mucho cuando perdía la fuerza de los brazos.

Háblame de la plata olímpica de México 1968...

Solo llegamos con intenciones de participar, porque teníamos buenos resultados individuales pero no como relevo. Pero el polaco Edmund Pochowosky, que era uno de los entrenadores, siempre nos tuvo mucha fe y eso nos fue alentando a todos.

Hicimos tres carreras y siempre coincidimos con los estadounidenses. Rompimos el récord mundial en semifinales (38.7), pero luego los jamaicanos también lo hicieron (38.6) y se veían ganadores. Recuerdo que en la discusión de las medallas todo nos salió bien, con unos cambios violentos, aunque no pudimos evitar el triunfo de Estados Unidos.

Fue una plata disfrutada, sobre todo porque las muchachas también la lograron, y si no pensábamos en la nuestra la de ellas era menos probable.

¿Cuándo decides retirarte?

Fue en 1976 y todavía marcaba 10.20 segundos en los 100 metros, pero estaba cansado de correr, de levantarme por las mañanas a entrenar, aunque tuve muy buenos resultados en ese último período: plata en el relevo y bronce individual en los Juegos Panamericanos de 1975.

Luego comencé a estudiar y trabajar, porque tenía 30 años y necesitaba prepararme. Fui profesor del Instituto Técnico Militar José Martí, incluso desde que era atleta, y luego salí para otros centros militares. También trabajé en México y Panamá, y con el equipo nacional entre el 2008 y el 2012. Después vino la jubilación.

Era muy complicada imagino la vida como atleta.

Había que controlarse (risas), porque necesitas asumir la actividad a la que la vida te ha llevado, pero la juventud es difícil y piensas que puedes hacer muchas cosas y no te cuidas. Por eso te decía que los últimos años de mi carrera fueron más prolíferos, porque dormía a la hora y descansaba bien. Lamentablemente la experiencia no se adquiere en el momento en que mejor forma estás.

¿Vive igual el deporte ahora?

Disfruto o sufro cada resultado, en mi deporte y en otros, y  la gente también te reconoce y pregunta qué pasa con tal o cuál resultado, y a veces tienes que dar explicaciones y opiniones.

Lo cierto es que haber sido atleta es lo mejor que me pasó en la vida, pues todavía disfruto lo bueno, lo malo y lo regular que viví. Hay una cosa importante, y es lo que creé alrededor mío, y siento que la gente me quiere.

(Versión de una entrevista publicada en el semanario Jit)

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