Esgrismista

Bien temprano en este seis de octubre en la casa marcada con el número 1358 de la calle Pedro A. Pérez entre 3 y 4 Sur, de la ciudad de Guantánamo, Libertad Infante García hojea las páginas de un álbum que envejece con el tiempo.

 En él aparecen cuidadosamente guardados unos recortes de periódicos amarillos y gastados por el tiempo, heredados de su madre Haydée García Nobrega, hace ya unos años fallecida.

 Los archivos escritos marcan el año 1976 y revelan el abominable crimen perpetrado sobre la isla caribeña de Barbados contra el DC-8 de Cubana de Aviación, en el que viajaban 73 personas a bordo.

 Libertad se detiene en una fotografía en la que aparece Ramón Infante García, su hermano, quien integraba el equipo nacional juvenil de esgrima que victorioso regresaba a la Patria agradecida en esa aeronave.

 "Con su asesinato se llevaron a uno de los seres más humanos y sensibles que conocí en mi vida", dice al tiempo que lo recuerda en el cuarto, siendo aún un niño, cuando cortaba un pedazo de la frazada con que se cobijaba, y ante el regaño materno él se justificó diciendo: "es para tapar al hombre de la esquina, que tiembla de frío.

 "¿Por qué apagaron su vida si apenas comenzaba para él?", se pregunta Libertad mientras acaricia la fotografía de su Monchi, como le decían a Ramón, y se agolpan en su mente una amalgama de recuerdos, algunos contados por su fallecida madre, y otros vividos por ella.

 Revela la anécdota del niño de ocho años de edad que con vocecita de pito pregonaba la venta de percheros para, con el dinero ahorrado, pagar el regalo que compró por el Día de las Madres.

 No ha podido apagar la imagen del infante curioso que, a toda costa pretendía estudiar el cuerpo de cuantos lagartos y otros animalitos caían en sus manos practicándoles cirugías y suturas, en el improvisado laboratorio del fondo del patio.

El mismo que en la adolescencia puso al calor del fogón un huevo, deseoso de saber qué traía en su interior, hasta que sacó de él un patico al que bautizó Pelecho.

Perdura en la memoria el joven que se inscribió en el Servicio Militar, sin tener edad ni talla; el que posteriormente matriculó en la escuela de Esgrima y se convirtió en poco tiempo en el mejor novato del año.

 Recuerda claramente lo que le contó su madre acerca de la despedida de Monchi antes de partir del suelo patrio: "le dio un beso tierno y le susurró al oído "¿qué quieres que te traiga mamá?"

 Mientras conversamos, de pronto en la televisión sale un spot donde se oye una frase perentoria que saca a Libertad de sus remembranzas: ¡CIERREN LA PUERTA, CIERREN LA PUERTA! ¡ESO ES PEOR, PEGATE AL AGUA, FELO, PÉGATE AL AGUA!

 "¿Cómo es posible que un crimen así esté todavía impune, y no se haya hecho justicia ante el dolor que sufrimos aquí bien adentro -se aprieta el pecho-, desde hace 39  años?

 

"Mi madre murió y no tuvo la satisfacción de que los asesinos de mi hermano y de esos otros jóvenes fueran procesados por su crimen, y yo ya casi pierdo las esperanzas".

 

Al hablar sus labios tiemblan, la voz se apaga ahogada por el llanto y la mirada triste descansa en los recortes de prensa de la época, cual si fuera un almanaque que envejece.

 


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