fin de anno cuba

Diciembre, con su colorido, sus ligeros frentes fríos y su carga de alegría y preparativos, corre como si quisiera alcanzar rápido las tradicionales fiestas de despedida del fin del calendario y el recibimiento del nuevo año, que trae consigo esta vez el aniversario 60 de la Revolución. 

Dado a las celebraciones, el cubano suele desempolvar los ahorros y tirar la casa por la ventana, con el concurso de cada integrante de la familia y de algún que otro especial amigo que se une al convite, porque motivaciones hay.

Y como en todo núcleo familiar siempre alguno de sus miembros desborda entusiasmo, a ese se le asigna la tarea de organizar y crear una especie de cronograma, con fecha de cumplimiento y todo, para que “no se enrede la pita”.

Así las cosas, tras la junta familiar, a los más jóvenes se les encarga la decoración del hogar, el cual debe quedar a la altura de los festejos; a la ama de casa quien le “sabe un mundo” a los misterios del mercado, le toca garantizar el avituallamiento de los alimentos, incluida la preparación de los dulces caseros, ensaladas de estación y la fría, que no puede faltar, y la condimentación del cerdo.

Ahora, la compra del puerco es una tarea para grandes y por lo general el cabeza de familia, es el designado para conseguir el animalito, abrirse paso por la fila de manera escurridiza, y como por arte de magia llegar al mostrador para tras la compra transportarlo, si no tiene vehículo automotor, un carrito de mano de fabricación casera sirve igual.

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¿Y en qué familia no hay un tío curda? Bueno, pues a ese le corresponde la garantía de cerveza, vinos y rones y este a su vez dicta las leyes: cada invitado llevará una cajita de "laguer" de cualquier marca, le da igual cerveza presidente que holandesa o las siempre bien recibidas cristal y bucanero, claro una tarea difícil por estos días.

Y después de tanta organización, como sucede hasta en las mejores familias y a tono con las experiencias anteriores, llegado el día, aparecen los imprevistos: déficit en las despensas, porque el tío “bajó” a escondidas más de una botella, desaparición de más de un turrón, seguramente obra de los menores; algún que otro exceso de sal o pimienta.

Pero al final se logra el objetivo: está la mesa repleta de golosinas y en el centro el lechón metido en su púa, doradito, exquisito… y toda la familia y amigos unidos, la música sonando y el esqueleto rumbeando, hasta que se seque el malecón.

Es la forma de celebración de cualquier familia cubana, de modo sencillo, criollo y sin refinamientos, de manera franca y  abierta, tras un año de trabajo labrando el porvenir y en espera de otros 365 días que seguramente traerán nuevas realizaciones.

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