1emilioTal vez muchos conciben la timidez como algo lejano del arte y no pocos se resistan a creer que haya formado parte de la vida de algún artista, menos de aquellos que se desempeñan sobre las tablas, pero en el caso de Emilio Vizcaíno Ávila confiesa que sus inicios en el mundo del teatro fueron un reto a este rasgo de su personalidad.

“Comencé en el mundo del arte con 18 años, en mayo de 1987, y llegué para quedarme. Inicié aprendiendo algunos oficios del teatro como la tramoya y el atrezo. Yo tenía aptitudes plásticas para la talla en madera y acá en el teatro Guiñol Guantánamo hacía falta una persona que construyera los títeres, así empecé. Luego me dieron la oportunidad de actuar y lo asumí enfrentando la timidez y con mucho respeto”.

En la formación artística de Vizcaíno se conjuga lo autodidacta y lo académico, una mezcla que también lleva como ingrediente el apoyo y talento de reconocidas personalidades de las tablas cubanas.

“Durante mis inicios conté con la ayuda de Rafael Rodríguez, Félix Sala (Pindi) que me ayudaron con el ABC de la construcción y el diseño de títeres. Ya después he cursado escuelas y me pude graduar de nivel medio en actuación, además de lograr licenciarme en Estudios Socioculturales.

“Han contribuido también los cursos y talleres que hemos pasado, nutriéndonos de la savia de algunos maestros como Armando Morales, director del Guiñol Nacional, Jesús Ruiz, entre otros”.

Emilio define la creación de títeres como un noble gesto que implica un vínculo emocional que a veces las propias palabras se quedan cortas para describir, pues solo las sensaciones producto de la experiencia pueden atestiguarlo desde el interior de cada titiritero.

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“La idea surge en la cabeza y luego se va materializando con la talla en la polio espuma, la textura final y los colores. El títere es resultado de una creación y esta creación es como un hijo, lo que produce una relación afectiva, porque tienes que cuidar cada títere pues son delicados y están expuestos al deterioro con el paso del tiempo”.

Frente a los retos que imponen la contemporaneidad, la reconfiguración de los gustos culturales y las dificultades que puedan surgir en el trabajo, para este hombre del teatro, prevalecen las iniciativas y motivaciones que no dejan espacio para amilanarse, sino que condicionan el terreno para la superación constante.

“Pienso que la estrategia es llegar con temas nuevos y atractivos para tener impacto positivo en el público y demostrar que los títeres ayudan a apreciar el arte contribuyendo al enriquecimiento espiritual.

“Trabajamos con el concepto de teatro de resistencia, tratamos de ponerlo todo en función de la creación, a través del reciclaje y el trabajo con objetos en desuso, utilizándolo estéticamente en las obras. Esa misma concepción desafía la capacidad creativa para sobreponernos a los obstáculos que puedan existir.

“Una escuela para la formación de titiriteros podría ayudar fortalecer al teatro de títeres, con las peculiaridades del entrenamiento y la especialización, más cuando contamos con la cantidad de profesores que pueden asumir al menos la conformación de una unidad docente”.

Con una obra destinada mayoritariamente al público infantil, la tarea de conquistar sonrisas y la simpatía de los espectadores puede resultar a veces compleja, pero para Emilio, un secreto revelado en la mañana invernal en que conversamos, ponían al descubierto algunos de sus trucos.

“Jugar a creerse todo lo que hacemos con los mismos recursos con que juegan los niños, con la misma verdad, a creerse que uno es un gato, un perro, un niño y las travesuras propias de un infante. Nunca podemos dejar de sentirnos como ellos”, confiesa Vizcaíno.

El empeño y la dedicación dejan experiencias gratificantes que la memoria se resiste a olvidar, y a este titiritero no le resultó difícil acuñar en los recuerdos una que le permitió evaluar positivamente la obra que llevó al público en cierta ocasión.

“La interacción con el público es algo valioso, cuando logras ver la reacción de un niño que cree en lo que está viendo, es una gran satisfacción. Recuerdo en la Isla de la Juventud, en una obra que contaba la situación de un perro que no sabía ladrar y que aprendió a través de una relación con una perrita, cuando aquel canino ladró, una niña del público emocionada dijo, ¡Viste, aprendiste a ladrar! Realmente aquello fue algo conmovedor para todos nosotros, porque nos dimos cuenta que ella estaba dentro de la historia”.

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La vida de Emilio Vizcaíno está indisolublemente ligada a uno de los gestos culturales comunitarios más nobles que prestigia a la provincia, la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa, a la cual se incorporó hace veinte años, poco a poco lo fue atrapando cada enero para llevar el arte a intrincados parajes montañosos de este extremo oriental.

“Me inserté a este proyecto en el año 1995 como realizador de talleres para la construcción de títeres, luego por necesidad ante la carencia de un actor tuve que asumir un personaje, tallarlo y asumirlo, confieso que con mucho temor. Por ahí comencé directamente en la actuación.

“Yo fui a impartir talleres, de momento me topé con la obligación de actuar y un buen día me vi digiriendo obras. Cuando me di cuenta estaba cada vez más involucrado en la Cruzada”.

Dos décadas de aventura como un cruzado y cinco años dirigiendo el periplo de cada edición le dejan a este guantanamero una experiencia significativa personal y profesionalmente.

“Me he realizado en todos los sentidos. He conocido con la Cruzada la humildad de nuestros campesinos. Ese desprendimiento que se crea al dejar las comodidades de casa para partir hacia las serranías a llevar el arte profesional hace que crezcamos humanamente. He podido percatarme que en la Cruzada está la realización verdadera de un actor”.

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Comentarios   

0 #1 Mulato de Ley 02-02-2017 13:54
Realmente la labor de Emilio al frente de la Cruzada es muy buena. Este es un gran proyecto, el primado de su tipo en Cuba, y sobre el Guiñol, tremendo grupo con tantos años de labor y que no paran en todo el año. Gracias al autor por descubrirnos a Emilio y su historia de vida. Espero otras.
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