angel padreMirarlos, juntos, es descubrirle el rostro a la nobleza. El padre extrovertido, jaranero y jovial como un personaje de Guillén. El hijo, con esa mirada que es como de tiempo, de monte, de pausada alegría…

Entre ellos no hay abismos generacionales que dispersen la calma. Padre e hijo son manos que crean a un solo compás de cinceles y trincha, el primero guía, respeta y le sonríe a lo que ve; el segundo escucha, asiente y se deja llevar por la magia que sabe reconocer en el viento de sus lomas.

Ángel, el padre

Lo primero queÁngel Iñigo Blanco de Anaya, les dice a los muchos periodistas que se acercan en busca de una entrevista, y han sido muchos, es que al principio, cuando empezó a tallar figuras en los bloques de piedra caliza dispersos en la finca San Lorenzo en Boquerón de Yateras, lo tildaron de loco.

“yo era un campesino, mi trabajo era arar en los surcos, así que cuando cogí los cinceles y empecé a moldear la piedra, me miraban raro, me decían loco y que volviera a lo mío que esos muñecos no me iban a dar nada, fui desconocido por mucho tiempo.

Con el tiempo empezaron a venir personas del extranjero, luego de otras provincias y de Guantánamo, fue así como el Zoológico tomó fuerza. Yo recuerdo que primero venían de uno en uno, con el tiempo aumentaron las visitas, ahora todos los fines de semana hay gente, con sus familias, tirando fotos y preguntando de todo…Yo le debo mucho a la gente que desde el principio confió en mi trabajo, por ellas hoy el zoológico es reconocido como único en el mundo”

Le pregunto por qué esa predilección por los animales y me sorprende confesando que su primera escultura en piedra es la de un hombre, un trovador que realizó en 1975, para el Tercer Encuentro de Escultores en las Tunas.

“Desde entonces me di cuenta de que podía tallar la piedra y hacerlo bien. Porque yo desde niño hacía mis juguetes en barro, cera, madera, lo que apareciera, pero cuando usé piedra, me atrapó.

Prefiero las figuras de animales, primero por las proporciones de las piedras, que me permiten hacer animales grandes, además del entorno que les viene muy bien.

Mi primera escultura para lo que es hoy el zoológico fue un león, luego me dijeron que el rey de la selva era el elefante y lo hice, luego el rinoceronte y así, poco a poco. ¿Cómo hacía animales que no conocía? Por fotos, televisión, yo miraba la forma que tenían y los empezaba, mi problema era con las proporciones, cuando sabía más o menos el tamaño original, agarraba las herramientas y me ponía a dar cincel.”

Una vez que comienza su historia, si el reportero es buen oidor y no alega de antemano falta de tiempo, Iñigo, como lo conocen los guantanameros, regala una sarta de historias, se detiene de vez en cuando para precisar una fecha, y continua alternando pasajes de su vida con buen humor criollo y esa sabiduría profunda de los hombres de campo.

“Lo mío es crear, pase lo que pase, cuando me sentí cómodo haciendo los animales solos, me decidí a esculpirlos en su medio, en la lucha por la supervivencia, por la hembra, el alimento…lo más importante es desarrollarse, no quedarse estancado sólo porque la gente te aplaude, y buscar el relevo, en eso sí que tuve suerte, mi hijo salió igualito a mí, desde chiquito moldeaba materiales blandos, yo también le di mi empujoncito, pero ya él lo traía en la sangre, esa una de mis grandes alegrías, además de mis nietos, claro”.

hijoAngel, el hijo

Él mismo es casi un escultura de tan callado, a su padre le confiere la mirada más dulce que he visto y lo escucha, con toda atención, como si le fuera la vida.

Tiene los ojos de un gris profundo y mira fijo, siempre de frente; no sé cómo lo logra, pero todo el que lo conoce, no puede evitar fiarse de esa claridad que irradia por los poros.
 

Verlo esculpir es un poema a la contemplación. Se planta frente a la madera y parece un niño, la mira bien de cerca como si quisiera escucharla y comienza a preñarla de formas, lentamente…

“Me pasó lo mismo que a mi papá, la escultura me viene de cuna, claro está, su ejemplo nunca dejó de estar ahí, nuestros juguetes eran figuritas que él nos hacía en cera y en barro, tanto que a los diez años hice mi primera escultura en piedra con él a mi lado, un caballo pequeño; pero la libertad de elegir qué hacer con mi vida siempre fue mía, y decidí quedarme.

En 1987 comencé a trabajar en el Zoológico, en ese tiempo hicimos algunas exposiciones en pequeño formato en la Casa del joven creador de la capital provincial, en la Casa de Cultura de Yateras...”

Angel se afinca en el trabajo y se sumerge, “ahora tú lo ves fajándose con la madera, así mismo es con la piedra allá en la finca, cuando empieza no quiere ni comer, hasta que termina la pieza” su padre, Iñigo, cuenta que fue así desde el principio, lento sí, pero con pie firme.

“La primera figura que hice en gran formato fue un burro que mi papá me ayudó a hacer, a ese le siguieron otros animales, un día probé con la figura humana, porque la verdad siempre me ha gustado, me salió bien y desde entonces ha sido mi sello, hago hombres de campo, el campesino trabajando en su medio, recogiendo café, arando…

Pienso seguir el trabajo con la figura humana, pero no voy a limitarme a campesinos, quiero reflejar al hombre en otros medios, no sólo en el surco, claro, siempre que sea coherente con el entorno. Ahora mismo trabajo para que el recorrido de los visitantes sea circular, o sea, que entren por una punta del Zoológico y salgan por otra ruta, esto lleva mucho trabajo, pero tengo tiempo, ganas y a mi padre al lado, apoyándome en todo lo que hago.”

Convergencias…

Todo periodista, por instinto, desconfía de aquello que ve demasiado bueno, así que, para no perder el camino de los colegas de antaño, escarbé, puse el dedo donde creí la llaga…Nada.

Iñigo está feliz de que su hijo le siga los pasos, admira su enorme paciencia y su obra “es un artista y un luchador, las cosas no siempre pintan bien, hablo de la vida pero también de la creación, en ocasiones él empieza a tallar y no le sale, otra persona lo dejaría para después, pero Angelito se faja, eso es valentía pero también confianza en su trabajo, en sus capacidades, y mucha constancia, nunca lo he visto dejar una pieza a medio acabar, lo que comienza lo termina, y lo hace bien”

Angel, reconoce en su padre a un maestro en toda regla “me ayuda, me da una sugerencia, pero siempre respeta mi criterio, no es cascarrabias ni autoritario, y siempre está de acuerdo con mis decisiones en lo referente al Zoológico”. “¿Está el padre feliz de la continuidad que ha dado su hijo a su obra?”, “Si, mucho” me responde, con un punto final contundente, como no encontraría otro mejor para este trabajo…

De pronto, cuando creemos que no queda nada por ver, se hace la noche y reclama su espacio el repentista que lleva en la sangre, entre décima y décima y un traguito de ron, lo descubrimos como un libro de enseñanzas, martiano hasta la médula.

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