mano-¿Cuánto te cobró? -preguntó el más joven.

-Nada, hay que sembrar para recoger -obtuvo por respuesta.

El diálogo entre dos cubanos reconocía como axioma uno de esos populares refranes que una y otra vez se corroboran en la vida cotidiana y ponen a pensar a los demás.

Sabido es que el trabajo agrícola no resulta simple pero dignifica, y sus prácticas pueden derivar en filosofía de vida, porque quien siembra respeto, solidaridad, amor, seguramente cosechará lo mismo.

Con agrado recuerda mi padre, quien todavía no abraza la tercera edad, cómo en el campo, de donde es originario, cuando un campesino iba a techar su casa, se juntaban los vecinos para cambiar el guano viejo por nuevo sin más ganancia que un criollo almuerzo y la certeza de reciprocidad futura.

Mañana "fulano" va a recoger frijoles, y para allá también iba todo el batey; si 10 guajiros colaboraban, 10 veces se recogería en las fincas correspondientes cuando fuera necesario, aseguraba con la solidaridad impregnada en sus genes sociales por tradición.

Pero no basta sembrar para tener buena cosecha, hay que evaluar el terreno, seleccionar la semilla, regar las plantas, desterrar las malas hierbas, hay que cuidar bien la siembra y mientras más natural la relación, mejor.

Cuidado con abusar del terreno que puede quedar infértil, se debe ser consecuente, comedido, cada esfuerzo debe retribuirse adecuadamente, hay que ser agradecido. No siempre hay que sembrar esperando algo a cambio; no siempre lo que se da o espera tiene expresión material. A veces no se siembra para uno mismo, sino para los demás, y el acto gratifica y ennoblece.

Cada ser humano es agricultor y huerto a la vez, y las virtudes en cada rol se inculcan desde los primeros años de vida, por ello los padres son referentes esenciales y gestores del patrimonio familiar espiritual, el más valioso para convivir en un entorno de armonía y felicidad.

Desde ofrecer una tacita de café hasta integrar el domingo la nómina de mano de obra solidaria para construir la placa del vecino, constituyen gestos que calan en el alma, terreno infinito donde pueden brotar los frutos más dulces y saludables, o viceversa.

Si tiene a quién aconsejar, agradecer, ayudar, abrazar…, o no, pregúntese entonces: ¿qué siembra usted?

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