1366 2000Esperó a que estuviéramos solos. Esperó hasta la calle sin luz, con el bombillo apagado para acercarse, después de cuadras acechando. Eran las cinco y media de la mañana. Éramos los dos, en medio de la noche, en ese momento justo que es más oscuro porque el amanecer está cercano.

Yo iba para la universidad, cargada de libros y pertrechos. Él andaba ligero, sobre una bicicleta que rodaba increíblemente lenta, todo un equilibrista.

Pude sentir el extraño sonido de sus manos rasgándose la piel reseca, el jadeo torpe, la voz entrecortada. Un metro, si acaso, entre mi estupor y su desfachatez, a veces menos, al punto del roce seguramente estrepitoso.

-Mira. Me decía.

-No hay nada que ver. Le respondía y seguía de largo.

Expertas en el tema me habían advertido. No demuestres miedo. Pide ayuda solo si hay alguien realmente en posición de dártela. Bájale la autoestima si puedes y, sobre todo, mantén la distancia.

Yo recordaba cada consejo y caminaba. Pasos rápidos, anormales, como si de pronto avanzara cuesta arriba de una pendiente abrupta, imposible. Diez metros, doce, quince, veinticinco. Sin mirarlo nunca. Buscando fuerzas y aire. Tratando de ceñirme a mi papel de chica tranquila y desprejuiciada. Papel cebolla.

Buscando en la oscuridad una silueta. Pensando qué hacer si aparecía un auto. Quizás correr al medio de la calle y ponerme allí, como en las películas. El problema era la vía ancha, la posibilidad de esquivarme, de que pensaran otra loca y no otra acosada.

Cincuenta metros. Media cuadra de casas conocidas e inútiles y comercios tan pobres que no vale la pena custodiar. La bodega. La casa de Luisa, el puesto del ponchero, el pasillo que a otras horas reboza de niños pero ahora es un agujero que bien podría tragarse al mundo.

Avanzamos y presiento la cercanía de su orgasmo. Lo escucho aumentar el ritmo, jadear, acomodarse. Desde hace muchos pasos atrás, ya no me dice mira, ven. Estoy con él, irremediablemente.

Por un momento, quisiera poder hacer algo para que termine de una vez. Imagino maneras, pero sería abandonar mi papel, abrir puertas que nadie sabe a dónde conducen y desisto. Una sensación extraña, que quiero pensar que es miedo, provoca temblores extras en mis piernas.

Entonces aparece el Alguien. Lo vi yo. Lo vio él. Lo vimos y él no esperó el grito, el golpe, y se fue con su bicicleta y su miembro destajado a otra parte, quizás a otra calle, a otra zona oscura, a decirle a otra chica trasnochadora: mira, ven…

Comentarios   

+1 #1 Dailene Dovale 17-04-2019 22:01
Me encantó! Es un hecho tan común que merece todas las denuncias. Gracias por tan buen ejemplo.
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