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Este domingo, 19 de abril, hay votaciones en Cuba. La fecha no podría ser mejor, ahora que siguen las guerras y las invasiones aunque, por mucho, hayan cambiado los escenarios. Aquella victoria de Playa Girón fue de fe y de armas.

Esta, que se extiende a Cuba toda, deberá ser de fe y de ideas porque, a fin de cuentas, todo proceso eleccionario lleva intrínseca una idea de futuro, una confianza depositada que, esperamos, nos sea retribuida más temprano que tarde.

Pues, a pesar de que desde que “el delegado no resuelve nada” –aludiendo a tiempos en los que ese ser político era el encargado de distribuir materiales de construcción, teléfonos…-, y ha cambiado su protagonismo en el barrio, no es poca cosa la investidura.

Hace poco, el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Esteban Lazo Hernández, llamaba a dignificar la figura del delegado, porque “el delegado –decía- contribuye a definir las políticas del municipio, de la provincia si llega a la Asamblea de esa instancia, y del país si resulta diputado”.

No es, entonces, poca la responsabilidad de los votantes, aunque no siempre sea asumida: Sobra el voto desconfiado o confiado en demasía, el voto por salir del paso, el voto pensando que lo que uno hará otro puede igualarlo sin problema.

En esos casos nadie gana, no importa qué digan luego los por cientos de asistencia a las urnas, la participación, que es el soporte definitivo de una verdadera democracia, es más que marcar una cruz.

Participar es tomar partido, con la conciencia de que ese par de trazos en la boleta electoral te “perseguirán” por los próximos dos años y medio.

Cierto es que en ocasiones la vida transcurre sin sentirlo, pero en cuántas otras el buen delegado ha marcado la diferencia, ha sido para el afligido el salvamento, la solución para un dolor de cabeza colectivo. Porque el delegado tiene el poder. Está en la Constitución su papel, su valía, su sitio bien plantado que puede pedir cuentas al director, al administrador…, que tiene además el deber de fiscalizar, de meterse en todo, porque es el gobierno en el barrio, el poder del pueblo en la base.

Solo falta que el hombre o la mujer se lo crean. Lo entiendan. Lo asuman. Actúen. Pero hasta eso depende un poco del elector. Un hombre que se siente querido y requerido, “señalado” por convicción en una asamblea de vecinos, reconocido por sus méritos, votado luego, es difícil que sea capaz de quebrar esa confianza.

Y eso hace la diferencia. Nosotros hacemos la diferencia, como en aquel abril de1961 la hizo el pueblo uniformado, el muchachito que nunca había estado en un campo de batalla pero ese día tomó su fusil y enfrentó al enemigo, solo porque era lo correcto, lo que había que hacer.

Es por eso que se habla de victoria. Porque las elecciones, cada vez, son batallas por el consenso, por la participación que, a la postre, demuestra la confianza del pueblo en el sistema cubano, en el socialismo escogido, en nuestros líderes y su capacidad para llevarnos hacia el futuro.

Y porque, como siempre, no hay victoria sin lucha: La cita es hoy. El voto consciente
será el arma.

Comentarios   

0 #1 MASY 04-06-2015 18:36
necesito saber sobre los puentes de san justo, como puedo saber
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