2014 07 26 19.46.45Destruir es fácil, lo difícil es crear, construir, convertir lo feo en hermoso, la suciedad en limpieza, lo oscuro en luz. Esta es una verdad palpable y desgraciadamente hay cientos de ejemplos que lo demuestran, desde las ya casi extintas maravillas del mundo antiguo, hasta los famosos baches que “adornan” algunas de las principales arterias de la ciudad de Guantánamo.

Pero esa es otra historia, lo que nos ocupa en lo inmediato es el daño que conocidos, desconocidos o nosotros mismos, ya sea por descuido o inconsciencia, le inferimos a la propiedad social.

Según el artículo 64 de la Constitución de la República, todo ciudadano tiene el deber de cuidar la propiedad pública y social, por tanto, quien lo incumpla estará incurriendo en un delito y puede ser sancionado por ello.

Mutilar los teléfonos públicos u obstruir su funcionamiento, pisar el césped de los parques, rayar y pintar las paredes de los ómnibus urbanos, centros de trabajo o estudio, son acciones que empañan el entorno en que vivimos y que entorpecen el desarrollo del proyecto de reanimación local por el que atraviesa la más oriental de las provincias.

El maltrato a la propiedad social atenta además contra nuestros intereses, pues estas indisciplinas impiden la satisfacción de necesidades que aunque parezcan menores, a veces se convierten en imprescindibles.

Resulta desesperante tener que realizar una llamada de urgencia y que los teléfonos habilitados para estos casos no estén disponibles, o que cualquier chofer infrinja una ley de tránsito por la falta de un aviso, o que simplemente aquel que está agotado no tenga donde descansar.

Todo porque a alguien le pareció divertido arrancar un manófono, porque otro consideró que una señal sería más útil en la pared de su cuarto o porque algún irresponsable no supo valorar lo que tanto esfuerzo costó adquirir; lo que por derecho nos pertenece a todos.

Utilizar los postes, muros, los jardines y cualquier esquina oscura de la ciudad o de los parques, como baño público, también constituye un agravio contra los medios de la sociedad, pues no solo deterioran la propiedad estatal sino que además quebranta la higiene de la urbe guantanamera.

Las escuelas son otro ejemplo de sitios que son víctimas de este tipo de ultraje a las pertenencias del pueblo, los niños, inconscientes del daño que profesan, rayan las paredes, convierten la superficie de las mesas en cuadernos de dibujo o en cómodos asientos y en ocasiones, cambian la inmovilidad de las sillas por un balanceo a los cuales no están acostumbradas.

Si la familia es la primera escuela del hombre, es entonces en el seno familiar quien tiene que cultivar en nuestros infantes, el amor por los medios que tan útiles resultan, de ello depende el futuro de la propiedad social y por qué no, la particular.

No se trata únicamente de quejarnos o de denunciar actos como estos cuando ya sean una realidad, nuestro deber como ciudadanos es detener a los infractores para que no materialicen indisciplinas de esta índole, ni podemos conformarnos con que el final de la historia sea la resignación.

El cuento acabará cuando ante cada situación de maltrato a los medios sociales, seamos capaces de enfrentarlas con un: “no, no, no disculpen, repetimos”, del gustado viejo spot televisivo, la famosa pregunta que lo concluye: “¿grabaste?”, debe ser también, nuestro final feliz.

Comentarios   

0 #1 Mulato de Ley 02-02-2017 14:01
Grabado, grabado, para no repetir.
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